Odio a los viejos. Pero, ¿cómo puedes odiar a esas entrañables personas?, preguntaréis vosotros. ¿Entrañables? ¡Y una mierda!, contestaré yo.
Los viejos, también conocidos como “personas mayores”, no son seres normales y corrientes como tú y como yo. Bueno, quizás como tú sí, pero desde luego como yo, no. Antaño - palabra que tanto gusta a estos individuos- los viejos eran personas normales como cualquiera, pero las experiencias de la vida y los años los van transformando de tal manera, que cuando llegan a los sesenta y pico o setenta años -el periodo de mutación puede variar de un ser humano a otro- alcanzan un estatus de semi-dios, y es entonces cuando se sitúan por encima del bien y del mal, y se convierten en seres intocables, con todos los derechos del mundo pero sin deberes.
A continuación os detallaré algunas situaciones en las que comprobareis esta teoría, y los lugares donde se aparecen a estos personajes.
Uno de sus hábitats predilectos, sobretodo para las hembras viejas, son los mercados, supermercados y grandes superficies. Reza todo lo que sepas y a quien tú quieras, por no encontrarte jamás con una vieja, en la pescadería por ejemplo.
Tú estarás tranquilamente esperando tu turno con tu numerito en la mano, y siempre la vieja que tienes delante, y a la que están atendiendo, pretenderá llevarse todo el pescado, que por supuesto irá pidiendo lentamente, mientras lee una lista, o hace cálculos en voz alta de si vendrá a cenar su hija, o sus nietos, o vete tú a saber si el domingo para comer viene fulanito o menganito o si es mejor comprar un poco más y congelarlo, o si le sale más a cuenta llevarse la merluza que ha bajado de precio o me llevo calamares que tienen buen aspecto hoy, o… ¡Su puta madre en bicicleta! Tú, por supuesto seguirás tranquilamente esperando, mientras vas resoplando o dando golpecitos en el suelo con el pie, a ver si la señora se da por aludida y aligera un poco.
Media hora de reloj después, quizás aún tengas que escuchar algún comentario jocoso y despreocupado de quien no tiene prisa ya no tiene nada que hacer; y a la pregunta de la pescadera de si le deja la cabeza -de la merluza se entiende-, la señora responderá: “¡Hombre, claro! ¿Como me voy a ir a casa sin cabeza?” tras lo cual, rápidamente, girará la cabeza buscando las sonrisas cómplices de las de su especie, mientras tú por dentro, te imaginarás cortándole la cabeza con un cuchillo, oxidado si puede ser.
Es probable, también, que se acerque alguna señora que, viendo la cantidad de gente acumulada en la pescadería, todos con su papelito azul en la mano, la pantalla luminosa de metro por metro que indica el turno siguiente en rojo chillón y una maquinita expendedora de numeritos, también en rojo sangre, preguntará: ¿Hay que coger numero?, ¿ Funciona la maquina? …Ay, esos seres entrañables al margen de las extrañas y complejas normas de la sociedad.
Dentro del mismo supermercado, estos seres también son aficionados a dejar los cestos y carros en sitios estratégicos, para molestar lo máximo posible, ni demasiado cerca de los estantes como para dejar paso por el centro del pasillo, ni demasiado en el centro del mismo como para dejar paso por un lado.
Otro lugar donde desearás arrancarte un ojo con un tenedor si te encuentras a una de estas viejas, es en la zona de cajas. Cuando ya estás cerca del final, cuando ya vislumbras la salida anunciada por angelitos tocando el arpa, te toparás con una vieja delante de ti. Si, amigos, es así. A la lentitud y tranquilidad de la señora en cuestión tendrás que sumar la extrema eficiencia de las cajeras –léase aquí la ironía- y, claro está, la mujer tendrá algún tipo de problema con un artículo que no pasa por el lector, quizás se haya equivocado en algo que no quería coger, o se haya olvidado algo.
Al finalizar, por supuesto, pagará en metálico, con monedas tan pequeñas como sea posible, alguna de las cuales evidentemente se caerá, para cerrar el ciclo de desgracias o si paga con tarjeta aún será peor porque no se aclarará al marcar el número secreto en un aparato con teclas minúsculas… si tienes los dedos de Hulk.
Otro hábitat por excelencia de estos extraños y siniestros seres arrugados son, por supuesto, los transportes públicos. Les encanta desplazarse por la ciudad –claro: lo hacen gratis-, pero más que desplazarse, lo que les encanta es desplazarse sentados por la ciudad. Su único objetivo, y se dejarán la vida en ello, es sentarse, es un placer inconmensurable para ellos, que algunos estudiosos califican como “el orgasmo de la tercera edad”.
Es fácil observar viejos aparentemente débiles, cansados e impedidos que en cuanto las puertas del metro se abren, corren como agiles gacelas hacia un asiento, que su radar de infrasonidos ya ha detectado mucho antes que tú, y que al llegar a su objetivo pone una mano en el asiento libre de al lado, mientras llama a su pareja al grito de: ¡¡¡Niña!!! ¡¡ Aquí hay uno, corre!!, a la vez que tú notas como una vieja te salta por encima como si del campeón olímpico de los cien metros valla se tratase.
Al llegar a un asiento libre, un gesto inconfundible de estos individuos, es el de tocar con el dedo el asiento, sospechando que está manchado, mojado o que se yo. Una reacción del todo lógica, ya que si tú crees que el asiento esta manchado de alguna substancia desconocida, que mejor que tocarlo con los dedos, y sobretodo que alegría al comprobar que tú sospecha era cierta.
Aunque eso no es nada en comparación con lo más terrorífico que te puedes encontrar en el metro: se trata de una subespecie difícil de encontrar y que sobretodo se da en las hembras; es la terrible, escalofriante, repugnante y desconcertante… ¡vieja que se come una mandarina sentada en el asiento de metro! …Bueno, quizás es una obsesión mía, pero me ha ocurrido más de una vez y es lo que más temo en este mundo.
Sin embargo no solo en el metro puedes encontrarte a estos seres, los autobuses también son otro de sus lugares predilectos. Cuando tú, inocentemente, llegas a una parada de autobús, te colocas ahí donde te parece, sin más, pues no amigos, parece ser que desde hace unos años los viejos han instaurado una norma no escrita, de momento, por la que hay que hacer una cola en la parada, hay un orden para subir en el autobús, cosa que no pasa con ningún otro transporte - y que yo recuerde cuando era pequeño esto no funcionaba así-.
Si no me creéis, haced la prueba: cuando llegues a la parada colócate el primero en el bordillo de la acera, disimulando; al instante notarás un escozor caliente en la nuca provocado por las miradas penetrantes de los viejos, indiferentemente de que estén sentados en la parada o de pie, incluso es probable que alguno te increpe y te diga que él ha llegado antes y que te coloques detrás.
Pero, ¿por qué?, pensarás tú, es absurdo, todos vamos a entrar, tu ni siquiera quieres sentarte, y aquí no hay un sitio mejor que otro, como en el cine, en un teatro o un campo de futbol, en un autobús, aparentemente esto no es así… ¡Ay amigo! Cuán equivocado estás, una vez más: todo es por el asiento, temen con todo su ser que les puedas quitar un asiento libre, que es de su propiedad que para eso han pagado el billete –ah, no, que van gratis- y están cansados del trabajo –ah, no, que no trabajan-.
No querría acabar sin alertaros de otro lugar que es hábitat corriente de esta especie: los CAPs, o ambulatorios, como a ellos les gusta llamar. Lugares a los que suele acudir la gente por una emergencia y a regañadientes, para los viejos y viejas es lugar de reunión habitual, abarrotan mostradores de información y salas de espera, ávidos de recetas y gelocatiles. Además mientras tú esperaras pacientemente -nunca mejor dicho- a que te llamen, sentado en esas comodísimas sillas de plástico de las salas de espera –vuelva a leerse aquí la ironía-, una señora mayor, recién llegada, entrará directamente en la consulta del doctor, sin llamar a la puerta, para preguntar si le han llamado ya o si le van a llamar.
Como ya he comentado antes, las normas y costumbres lógicas no están hechas para ellos.
Por último otra variante curiosa de esta especie, es el “arranca-papeles-de-publicidad-enganchados-en-farolas-y-semaforos”, que desarrolla sin descanso, su obsesiva y altruista actividad. Sus presas predilectas son los anuncios con papelitos recortados para arrancar, como los de clases de guitarra o pisos para compartir. Podéis estar tranquilos, son siniestros pero inofensivos.
Suerte y bienvenidos a “Viejolandia”.